Seguridad alimentaria ya y para todos

El futuro ya está aquí y debemos enfrentar la cruda urgencia del ahora 1 para resolver la paradoja que presenta el acceso a los alimentos y su producción. Este desafío de naturaleza política cuenta con capacidad y medios para hacer realidad la erradicación del hambre. Lo cierto es que aún hoy hay más de 1000 millones de ciudadanos en todo el mundo que se enfrentan a la pervivencia diaria por falta de alimentos y agua, o a una muerte segura cada dos segundos. Los datos de mortandad son escalofriantes y superan las cifras de catástrofes naturales, pandemias o accidentes.

La voluntad política es el motor para impulsar acciones eficaces que favorezcan la seguridad alimentaria global y la erradicación del hambre, pues tenemos los mecanismos, la tecnología y las capacidades. Es necesario mantener, rediseñar y potenciar los compromisos políticos y los objetivos técnicos, al tiempo que se refuerza e innova en la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura; la FAO está llamada a convertirse en un actor decisivo e influyente en la gobernanza global, en su diálogo político, en el proceso de actualización de sus instituciones y en la nueva arquitectura internacional, enriqueciendo sus contenidos con las aportaciones de los movimientos sociales.

La participación pequeños agricultores, campesinos sin tierra, pescadores artesanales, pastores o gestores de bosques, junto a otros grupos humanos afectados por el hambre y la pobreza extrema, facilitará su visibilidad, la corresponsabilidad y la eficacia de las políticas.

Para ser eficaces ya no son suficientes los acuerdos parciales o de mínimos en la comunidad internacional en materia de cooperación global de lucha contra el hambre, sino la decisión consensuada y verificable, fruto del compromiso político sobre diversas alternativas, donde los hambrientos y más desfavorecidos no queden relegados o excluidos y, por el contrario, estén en el centro del debate. Y más aún, en un mundo donde, paradójicamente, cerca de 1000 millones de personas, según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, tienen sobrepeso y 300 millones se consideran clínicamente obesos.

La complejidad y la incertidumbre de un mundo global e interdependiente han desdibujado el Norte y el Sur, el Este y el Oeste, y requieren afrontar la pobreza extrema y la erradicación del hambre desde la legitimidad, el liderazgo, el diálogo político y la concertación eficaz. Estos instrumentos son también imprescindibles para regular los mercados derivados de los alimentos básicos y para evitar la especulación de precios, que afecta asimétricamente a los países en vías de desarrollo y también a los desarrollados.

La Ronda de Doha para el Desarrollo considera que todos los miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC) tienen que dar muestras de flexibilidad para lograr un acuerdo que aporte mayor estabilidad a largo plazo a los mercados internacionales de productos agrarios. Debemos superar determinadas políticas comerciales, y buscar consensos y medidas.

Las últimas crisis alimentarias de importancia, como la de 2008, tienen entre sus causas, al margen de la recesión económica global, la elevación brusca de los precios, el incremento del coste de las materias primas, los cambios en los hábitos alimenticios, la utilización desproporcionada de tierras para biocombustibles, así como el progresivo empobrecimiento y deterioro de las capacidades nacionales y locales para producir alimentos.

El acceso a los alimentos se ve dificultado por la escasez de producciones locales en el medio rural, donde se concentra más del 70 por ciento de las poblaciones hambrientas. Y por la carencia de fondos para comprar excedentes allá donde se producen, aunque la experiencia nos indica que la distribución de alimentos y la asistencia humanitaria son eficaces como medidas de choque, aunque muy limitadas a largo plazo.

Los pequeños agricultores y las mujeres rurales deben contar con el apoyo decidido de la FAO que puede ampliar y redoblar sus asistencias técnicas, mejorar el rendimiento de cultivos y explotaciones, y apuntalar los sistemas tradicionales, pues un tercio de la población mundial se dedica a tareas agrícolas. Los casos del Haití o Benin son lo suficientemente elocuentes sobre los efectos derivados del deterioro o abandono de sistemas agrícolas tradicionales.

La biodiversidad agrícola y los cultivos locales son instrumentos para prevenir crisis alimentarias y combatir con eficacia el hambre y la malnutrición. No existen fórmulas mágicas o soluciones únicas, por ello, es poco eficaz y sostenible imponer un solo modelo de agricultura. Parece más razonable preservar e incentivar la diversidad de los sistemas agrícolas, e incidir en sus valores sociales, medioambientales o culturales, y no sólo en los económicos. Organismos internacionales como el Banco Mundial reconocen que las inversiones en agricultura duplican la eficacia de otros sectores económicos en los ámbitos de la lucha contra el hambre y la pobreza.

La candidatura española a la dirección de la FAO es una propuesta fundamentada en el convencimiento y la necesidad de negociar con regiones y países para erradicar el hambre, superando enfoques geopolíticos del pasado y fomentando el multilateralismo efectivo y la concertación eficaz.

La Gran Recesión nos está enseñado que la Comunidad Internacional debe adoptar decisiones políticas audaces y urgentes de carácter estructural en los organismos multilaterales, y puede hacer realidad un mundo más justo y solidario, bien nutrido y cohesionado socialmente. Naciones Unidas, organismos regionales, estados y sociedades civiles compartimos la necesidad de impulsar los Derechos Humanos, los Objetivos de Desarrollo del Milenio para que el desarrollo y la seguridad humana sean una realidad mundial incuestionable y no un concepto sin concreción que interpela a la ética y el derecho internacional.

Hoy es posible un mundo sin hambre y creo que FAO puede efectuar una contribución decisiva a la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y no sólo al primero. Es ética y políticamente exigible el compromiso de la Comunidad Internacional con todos ellos y, en particular de la FAO, que puede garantizar sistemas alimentarios y agrícolas sostenibles, intercambiar conocimientos, promover políticas e involucrarse con influencia y decisión en el sistema de Naciones Unidas y la gobernanza global; porque es posible la seguridad alimentaria ya y para todos.

1. LUTHER King, Martin. ¿Qué rumbo tomamos ahora: el del caos o el de la comunidad?