Son muchas las ocasiones en que Córdoba es recordada o mencionada en mis múltiples viajes por el mundo. Desde Lahore (Pakistán) a Damasco (Siria) sin olvidar tantas y tantas referencias en el mundo árabe o en Hispanoamérica, pero pocas veces he sentido de forma tan profunda y cercana el legado cordobés como en Bujara (Uzbekistán).
Córdoba y Bujara son dos ciudades hermanadas, lo hicieron formalmente en tiempos de Julio Anguita, cuando éste era alcalde de Córdoba, pero existían ya profundos lazos históricos representados principalmente por la figura de Avicena (Ibn-Sina) y otros científicos que, como Al-Farghani, creador del “nilómetro”, convivieron en Córdoba con otros científicos de al-Andalus. Esa comunidad científica de los siglos IX al XI que vivió y viajó desde esas tierras tan alejadas geográficamente y que se unificó gracias al Califato Omeya que tanto aportó a Córdoba.
Bujara, la Muy Noble, cuyo nombre proviene del sánscrito y significa “Colegio de Hombres Sabios”, es una de esas ciudades milenarias que ya ha cumplido más de 2.500 años y ha sido testigo y protagonista de la Historia Universal. Los distintos imperios desde la Grecia clásica, pasando por los iraníes, los samanidas, los mongoles, los turcos, los tártaros han dejado su huella en ella. Personajes como Alejandro Magno, Gengis Khan, Marco Polo, incluso hasta el propio Ruy González Clavijo –quien enviado por el monarca Enrique III en su Embajada ante el Gran Tamerlán, Amir Temur, propuso una gran alianza contra el turco- recalaron en Bujara y, algunos de ellos, escribieron sobre la ciudad.
Bujara tiene una magia singular, como la propia Córdoba, y una luz propia que se refleja en sus múltiples azulejos, cuya expresión cromática viene representada por blancos, verdes, azules y amarillos que se combinan en las edificaciones, como los ladrillos forjados a base de leche de camella y yogur del Mausoleo de los Samanidas del siglo IX. Esa misma excepcionalidad se encuentra en Córdoba y en sus conmovedores monumentos.
Si la fortaleza Ark es el monumento más emblemático de Bujara, la mezquita-catedral y Madinat al-Zahara son su réplica simbólica en Córdoba. Esta ciudad romana, árabe y cristiana tiene como lema “casa de guerrera gente y de sabiduría clara fuente”, y comparte con Bujara la sabiduría como eje central de su historia. Ibn Hawqal, el famoso viajero oriental que visitó al-Andalus en el año 948, habla de la seda hilada y tejida en Córdoba y de que su fama la precede y alcanza la legendaria Ruta de la Seda.
Aunque Bujara sigue muy presente en el imaginario colectivo de esa sugerente Ruta de la Seda, su reciente pasado soviético la sustrajo de los recorridos culturales internacionales. Sólo ahora, tras la independencia de Uzbekistán y el atractivo político-energético de las repúblicas de Asia Central, es cuando de nuevo se está recuperando el prestigio y la atracción por esta ciudad.
Es bastante sorprendente lo poco que se conoce de la historia y de la cultura de esa parte del mundo. Parece como si ese eurocentrismo permanente nos hubiera alejado de un área a la que salvo el Imperio Británico, preocupado continuamente por el “Great Game”, el resto de Occidente no prestó apenas interés.
Ahora, los apetitos energéticos vuelven a despertarse, pero sería bueno que, frente a ellos, tratáramos de replantearnos una relación que no debe en ningún caso limitarse a los intereses económicos. España, gracias a esa antigua historia común, debería protagonizar un nuevo enfoque en el que la recuperación histórico-cultural nos ayudará a entendernos mejor y sobre todo a reconstruir juntos un universo de tolerancia y convivencia.
Bujara y Córdoba pueden ser los puntos de partida y destino para recorrer esta nueva Ruta, en la que la seda, la ciencia y la cultura sean factores de esta Alianza de Civilizaciones tan necesaria para erradicar los fundamentalismos y las exclusiones.